Daba igual que la reconversión industrial hubiera sido un enorme fracaso, que la productividad apenas mejorase.
Durante cuarenta años, la crítica de la política económica llevada a cabo por el Gobierno Vasco dejó de existir. Todo estaba bien en el mejor de los mundos posibles. Daba igual que la reconversión industrial hubiera sido un enorme fracaso, que la productividad apenas mejorase, que el cambio de modelo productivo fuese una entelequia, que la deslocalización fuera tan habitual que apenas suscitase conmoción alguna, que la economía se desindustrializara paulatinamente, que dejásemos de ser la primera Comunidad de España en renta per cápita.
Dos crisis sucesivas y, sobre todo, el dato de que en estos cuarenta años hemos crecido bastante menos que la media española, ha obligado a hacer un examen de conciencia acerca de lo que realmente somos. Algunas organizaciones empresariales, y ciertos políticos relevantes, se apartan de la versión oficial y aseguran cosas escandalosas, como que hemos dejado de ser un territorio atractivo para la inversión empresarial, que nuestros salarios no son coherentes con nuestra productividad, que el absentismo es escandaloso, que el Concierto no supone ninguna ventaja fiscal para nuestras empresas, que no existe una política industrial alimentada con dinero público, que no hay apuesta alguna por la inversión de riesgo, etc.
Mientras en economía domina la inercia, en política manda el gasto en bienestar social. Ni el Gobierno Vasco ni el Concierto consideran el crecimiento, el emprendimiento y el empleo cualificado como algo prioritario, del que depende nuestro futuro. Conforme pasa el tiempo, nuestra distancia con Europa aumenta y con España se reduce. Nos estamos asimilando y no en la dirección correcta. Nuestro parecido con las maneras de hacer del resto de España se vuelve evidente. Una pésima noticia.
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