Las mejores intenciones

Cuando surgieron los primeros comentarios sobre lo que será un hecho controvertido -el reparto de los fondos de Bruselas-, se dijo que nuestro proyecto estrella podría ser la prolongación del Metro de la capital, Bilbao, hasta Galdakao, cuyos efectos decisivos en la transformación del modelo productivo vasco nadie pone en duda. Nuestras primeras dudas sobre el reparto de los fondos se derivan del hecho que, dado el tamaño de las empresas vascas, la mayor parte de las mismas carecen del personal adecuado para elaborar proyectos que consigan el visto bueno de los expertos comunitarios. Algo nada fácil. Aún más cuestionable es que su dependencia de la Administración vasca es de tal magnitud como para que ésta reclame para sí un protagonismo absoluto en la definición de nuestras prioridades en cuanto al modelo productivo. Por si fuera poco, el Gobierno español querrá tener la última palabra y asignará a las Autonomías el papel subordinado de meros gestores administrativos.

Si esto es así, se perdería con toda seguridad la principal virtud del plan de recuperación europeo, que no es otro que el de ejercer de revulsivo para producir una verdadera transformación del tejido empresarial. Sería una gran oportunidad perdida.

Para compensar una recuperación en el alero, una inflación descontrolada, y una política monetaria y fiscal que tendrán que ser mucho más exigentes, una Europa débil y declinante ha dado un puñetazo sobre la mesa con una lluvia de dinero, que en buena parte no hay que devolver (lo que a España le colma de felicidad), proponiendo una reconstrucción empresarial que nos llevase a ser otra vez líderes a nivel mundial. La propia debilidad de nuestro tejido económico y la abrumadora presencia del sector público en todo el proceso pueden arruinar sus buenas intenciones.

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