Todos los pecados de los hombres pueden resumirse en dos: el sexo y el dinero. El Rey emérito no hizo otra cosa que sucumbir a los dos. Perteneciente a una Casa Real empobrecida, pasó grandes dificultades en su niñez por lo que se propuso acumular algún capital para su vejez. En esa tarea conoció una mujer mucho más joven, además de guapa, lista, y con su misma necesidad de dinero, de la que se enamora perdidamente. Le demon de midi, que dicen los franceses, tan comprensivos ellos. El hambre y las ganas de comer, que dicen los españoles. Escandalizarse por ello, en un país en el que, durante más de cuarenta años, los partidos políticos, el eje mismo del sistema parlamentario, han financiado de manera ilegal sus estructuras, sus campañas electorales y sus asesores, me parece de una hipocresía sibilina, aunque sirva para distraer la atención del Covid y sus consecuencias. Y pese a ser legal, es de dudosa moralidad que los Sindicatos, la Iglesia y las organizaciones empresariales, es decir, casi todo el mundo, pretendan, y consigan, que el Estado les mantengan con los impuestos de todos los españoles. De lo que se deduce que lo del Rey Emérito es lo normal y no la excepción. Quienes tiran piedras a su tejado tienen el suyo de cristal.
Lo del Rey Emérito es lo normal y no la excepción
Cuando vemos las dificultades de países como Cuba, Venezuela o Rusia para evolucionar hacia la democracia, valoramos mejor el coraje y la habilidad que mostró este Rey en una coyuntura delicadísima, la de la Transición, cuando todo estaba atado y bien atado, con unas Fuerzas Armadas franquistas y un bunker considerable, ante una sociedad de ciudadanos pasivos y unos políticos sumamente necesitados de ayuda. Vivimos de que aquello funcionó, mal que nos pese.
Todos los derechos reservados Industria y Comunicación S.A.