En el filo

Elaborar los Presupuestos Generales del Estado en esta coyuntura puede ser extrañamente fácil: puedes hacer lo que te dé la gana, una vez que la vigilancia del déficit ha dejado de tener sentido, y los organismos internacionales (FMI, OCDE, BCE) han dado orden de gastar todo lo que se pueda, autorización que ha sido recibida por un Gobierno despilfarrador como el español como agua de mayo.

Si en el fondo teníamos razón, podrán decir a los que criticamos su sistemático despilfarro. Incluso en ese caso, incrementar el Gasto público un 33 por ciento, con una subida de los Ingresos del 13 por ciento, no deja de producir vértigo. Deben pensar que de perdidos al río. La consecuencia: una Deuda Pública no inferior al 125 por ciento del PIB, que gravitará sobre más de una generación como un pesado fardo. En las mejores circunstancias posibles, creadas por una política monetaria que ha llevado los tipos de interés a su mínima expresión, los intereses de esa Deuda no bajan de 32.000 millones de euros. Si a eso sumamos las ayudas a los parados (25.000 millones) o el déficit de la Seguridad Social, no menos de 38.000 millones, resulta evidente que esta crisis y la anterior han hipotecado a nuestra generación y la siguiente. Desde ahora, estaremos obligados a meditar prudentemente antes de gastar o invertir.

Las posibilidades de vivir mejor, conseguir un empleo u obtener una protección social razonable, vuelven a ser remotas para buena parte de la población. Todo ello sin saber cuándo se terminará la crisis y cuándo acabaremos con la pandemia. Tendremos que aprender a convivir con un presente ambiguo y un futuro de lo más incierto. A eso se le llama vivir en el filo de la navaja.

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