Algunas personas no demasiado bien informadas pueden llegar a pensar que a las empresas en general o incluso las industrias en particular les conviene o incluso les agrada la pujanza del populismo de extrema derecha en Europa. Nada más lejos de la realidad. El populismo se basa en transmitir a los posibles votantes dos mensajes muy simples que, por otro lado, los ciudadanos están deseando escuchar: “la culpa de tus problemas no es tuya, es de ‘estos’ otros” (ahí es importante señalar a los “culpables”, que siempre será un colectivo humano diferenciable, pero no demasiado definido: “los masones”, “los judíos”, “los inmigrantes”, “los menas”, incluso “los políticos”…) y “la solución a esos problemas es esta” (cuanto más complejo sea el problema y más sencilla la supuesta y generalmente falsa solución, mejor).
En materia de sostenibilidad, por ejemplo, el mensaje que tratan de vendernos es que los ciudadanos no tenemos la culpa de nada y no tenemos que hacer nada por el medio ambiente y que deben ser “otros”, los que cambien. Lo estamos viendo con la resistencia a las zonas de bajas emisiones en las ciudades o incluso el rechazo a la agenda 2030… y sí, ese “otro”, generalmente, son las empresas.
Pues bien, hasta ahora, la industria europea ha sido la única que realmente ha tenido que trabajar de firme para contribuir a la lucha contra el calentamiento global. Llevamos años lidiando con el sistema de comercio de derechos de emisión, gastando mucho dinero e invirtiendo aún más en eficiencia y consiguiendo mantenernos competitivos frente rivales globales a los que emitir CO2 sin medida les cuesta cero. No hace mucho, la directiva se ha ampliado al transporte, pero si no contribuimos todos, absolutamente todos, estamos perdidos… no se dejen engañar, ¿de verdad que nos cuesta tanto usar el metro, el autobús o la bicicleta?
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