La inflación se ha convertido en la variable estrella de la coyuntura económica actual. Su evolución depende de la guerra de Ucrania y de sus efectos en los precios de la energía y por lo tanto la incertidumbre domina en los pronósticos. El marco se complica aún más, porque los bancos centrales vienen de practicar políticas de bajos tipos de interés y de abundancia de liquidez y el paso acelerado a una fase de restricciones monetarias y de subida de tipos de interés recae sobre unas economías endeudadas.
La reciente subida hasta un 2,5 por ciento del tipo de referencia por el Banco Central Europeo, que arrastró al Euribor hasta un 3 por ciento, vino acompañada con la advertencia del organismo de su disposición a seguir subiendo los tipos y a iniciar en marzo de este año la retirada de liquidez del sistema. Incluso el organismo nos advertía que, en algún trimestre inmediato, las economías del euro podrían pasar por una corta recesión. En sus previsiones, los países del euro crecerán un 0,5 por ciento en 2023 y un 1,9 por ciento en 2024, situándose la inflación en un 6,3 por ciento y un 3,4 por ciento en dichos años.
Afortunadamente la inflación interanual ya ha comenzado a decrecer en el último trimestre de 2022 pasando de un 10,9 por ciento a un 9,2 por ciento en la zona euro y de un 9 por ciento a un 5,6 por ciento en España. Reconoce el propio Banco Central Europeo que esta evolución se debe a la intervención en el mercado energético y de ahí que la excepción ibérica haya convertido a la economía española, por primera vez en su historia, en la economía menos inflacionaria de la Unión Europea. Estos resultados muestran que cuando estamos ante una inflación de oferta, la política monetaria necesita del acompañamiento de otras políticas, incluidas las fiscales, para sosegar los precios. Seguimos aprendiendo.
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