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El propósito en tiempos de cólera

El desafío más urgente, quizá, sea volver a creer. Creer en la palabra dada, en la posibilidad de construir algo colectivo

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EMPRESA XXI
Y el Mejor Empresario Vasco del Año 2021 es...
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Guillermo Dorronsoro
Colaborador
17/6/2025

En El amor en los tiempos del cólera, Gabriel García Márquez relató una historia de amor que sobrevive al paso del tiempo, a la distancia y a la rutina. Una fidelidad sostenida en silencio, en medio de una época enferma de impaciencia y desengaño.

Algo parecido ocurre hoy con la confianza y el propósito en las empresas. Los invocamos con frecuencia, pero vivimos rodeados de un cólera distinto: la desconfianza generalizada, la fatiga moral, la prisa que impide escuchar... En esta época de ruido, la confianza se ha vuelto un bien escaso, y el propósito, una palabra que se desgasta de tanto repetirla. Muchas organizaciones hablan de propósito con el mismo entusiasmo con que antes hablaban de eficiencia o competitividad. Pero el propósito no se decreta ni se planifica desde una task force del Departamento de Marketing y el de Recursos Humanos; es algo que debe impregnar la cultura, los procesos, las conversaciones. No es una frase inspiradora en la pared, sino una forma de de estar en el mundo.

Las empresas que logran sostener un propósito hacen algo similar: perseveran en la coherencia cuando resulta más fácil ceder al oportunismo.

El problema es que la cultura empresarial ha aprendido a confundir el relato con la verdad. Y sin verdad, sin esa correspondencia íntima entre lo que decimos y lo que hacemos, no hay propósito posible. La juventud vive este tiempo de cólera con una mezcla de lucidez y desamparo. Oyen discursos de propósito en organizaciones donde reina la temporalidad, o mensajes de autenticidad en redes donde todo se filtra y se edita. No les falta sensibilidad, les falta horizonte, referencias sólidas en las que echar su ancla moral. Porque ese ancla, la siguen teniendo, no tengo ninguna duda. A nadie nos gusta que nos arrastren las corrientes.

A pesar de su aparente cinismo, mi esperanza está en la búsqueda sincera de sentido de quienes todavía están construyendo sus nuevos mapas. Rechazan la hipocresía, huyen de los grandes relatos vacíos y buscan lugares, personas, proyectos, empresas, donde lo que se diga y lo que se haga coincidan. Y si logran encontrar coherencia, responden con una lealtad profunda. Quizá en ellos esté la semilla de esa reconstrucción que tanto necesitamos: una confianza nueva, menos ingenua, pero más verdadera.

Florentino Ariza esperó toda una vida por un amor que parecía imposible, porque creía en él incluso cuando nadie más lo hacía. Las empresas que logran sostener un propósito hacen algo similar: perseveran en la coherencia cuando resulta más fácil ceder al oportunismo. Pedimos a las empresas que transmitan valores, sinceridad y compromiso. Pero esas son virtudes que como sociedad hemos dejado de cultivar. Hemos sustituido la conversación por la consigna, la paciencia por la urgencia, la reflexión por el algoritmo. No se puede exigir a las organizaciones que cuiden lo que las personas hemos olvidado cómo cuidar.

El propósito no brota de los planes estratégicos, sino de la calidad moral de las personas que lideran el proyecto. Reconstruir confianza, por tanto, no es una tarea técnica o de gestión, sino profundamente humana. Requiere reaprender gestos sencillos: cumplir lo prometido, reconocer el error, escuchar sin interrumpir, ofrecer respeto, dar sin esperar retorno, buscar la verdad aunque obligue a hacer cambios, ofrecer una sonrisa y una mirada amable, una pregunta genuinamente interesada ¿cómo estás…? En ese terreno discreto, casi invisible, se juega la credibilidad de cualquier proyecto colectivo. Cada pequeño acto de integridad recompone algo más grande: la fe compartida en que lo que hacemos tiene sentido.

Quizá el desafío más urgente sea volver a creer. Creer en la palabra dada, en la dignidad del trabajo, en la posibilidad de construir algo colectivo, hombro con hombro. Sin esa base, el propósito es solo un eslogan. Las empresas que logran inspirar confianza son aquellas que cuidan lo invisible: la manera en que se habla, se decide, se agradece. “Es el tiempo que has perdido con tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante” explicaba Antoine de Saint-Exupéry en El Principito. Al final, la confianza y el propósito se parecen al amor en tiempos del cólera: sobreviven no porque el mundo los favorezca (nunca lo ha hecho), sino porque haya quienes nos empeñemos a no dejarlos morir. Al menos, no sin una buena pelea, no sin esperar hasta que nadie espere ya…

Guillermo Dorronsoro

Doctor en Ingeniería Industrial e Ingeniería Mecánica. Al frente de Innobasque participó en la transformación del sistema de ciencia y tecnología de Euskadi.

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