Burocracia

Define “Burocracia” el diccionario de la RAE como la organización regulada por normas que establecen un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos que le son propios. Y, además, como cuarta acepción, dice que también es la “Administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas”. Lo cierto es que es una palabra la solemos usar con carácter negativo y que tendemos a identificar con “administración pública”. Una identificación que, en mi experiencia, es fácil, pero no es del todo justa por no ser exclusiva.

Uno de los efectos negativos de la burocracia es la lentitud en la toma de decisiones, ya que los procesos y procedimientos establecidos a menudo requieren una cantidad significativa de tiempo y recursos para completarse. Esto puede retrasar la implementación de políticas y proyectos importantes, lo que a su vez puede afectar negativamente a la economía o a la competitividad de una organización. Además, la burocracia también puede ser propensa a la corrupción y al nepotismo, ya que los procesos y procedimientos pueden ser manipulados. Aquellos que nadan a gusto en los laberintos de los procedimientos y del papeleo, suelen ser capaces de escapar al control de superiores menos hábiles en ese intrincado mundo. En la industria somos habituales sufridores de la lentitud y profusión de los trámites de las autoridades administrativas públicas. Hoy hacemos todo por Internet y ya no se lleva tanto el “vuelva usted mañana”, pero la recopilación de PDFs que hacemos en cada proceso va siempre acompañada de la pregunta “y, esto… ¿para qué lo quieren?”.

Pues bien, hace unos días emitimos una factura a una gran empresa multinacional industrial… hemos gastado más horas en la gestión del cobro que en el desarrollo del propio proyecto, y de verdad que no exagero.

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