Cada inicio de año, en las empresas iniciamos el ritual de aprobación y puesta en marcha de un nuevo plan de gestión anual que define la concreción de actuaciones a desarrollar y los objetivos parciales a alcanzar en coherencia con el plan estratégico de la empresa y tras la evaluación de la eficacia y los resultados del plan del ejercicio anterior. A semejanza de los buenos propósitos que a nivel personal establecemos para nuestra propia vida, como hacer deporte, aprender idiomas, o… que se quedan en nada, en la empresa recogemos en el plan de gestión, el despliegue para cada ámbito, área y departamento de la empresa el conjunto de planes, actuaciones, retos y objetivos que deberán asumir e implementar para contribuir a la estrategia general de la organización.
Casi siempre definimos actuaciones encaminadas a alcanzar los ambiciosos retos para el año y los acompañamos de dinámicas, planes y nuevas actuaciones que dibujan de forma exhaustiva planes perfectamente diseñados para alcanzar ambiciosos objetivos. Todos estos planes frecuentemente se limitan a definir actuaciones y forma de hacer de equipos perfectamente sincronizados, pero adolecen de una falta de asignación de recursos para llevarlos a cabo, por lo que el despliegue de los mismos, en ocasiones nuevas actuaciones, recaen en las mismas personas que ya soportan la actividad ordinaria de la entidad. En estos casos, si los planes de gestión anuales no se acompañan de asignación real de recursos para llevarlos a cabo, se convierten en buenos propósitos de año que se olvidan a las primeras de cambio, o en el peor de los casos sobrecargan a los equipos con tareas añadidas que incluso impiden el desarrollo normal de las que dan sustento a la entidad.
Si no acompañamos con recursos a los planes, se convertirán en buenos propósitos.
Todos los derechos reservados Industria y Comunicación S.A.