Insistir en que solucionar algo es una mera cuestión de voluntad, apoyándose para ello en eslóganes efectistas, directos...
Los habituales seguidores de esta modesta columna ya saben lo poco que me gusta el populismo. ¿Me perdonarán si vuelvo a la carga con el tema? Una de las características del populismo es ofrecer a la ciudadanía soluciones simples a problemas muy complejos. Insistir en que solucionar algo es una mera cuestión de voluntad, apoyándose para ello en eslóganes efectistas, directos y muy simples. El debate sobre la reducción de la jornada máxima legal cumple con todas esas características…
Para empezar, la jornada máxima legal no se mide en horas/semana, sino en horas/ año, para poder adaptarse a los distintos sectores… pero, claro, una pancarta con “¡1.712 horas!” así, entre admiraciones, no tiene tanta fuerza como se pretende. Pero, profundizando un poco más y salvando el afán legítimo de cualquier persona de querer trabajar menos y cobrar más, decir que reducir la jornada generará empleo porque se repartirá el trabajo disponible es radicalmente falso.
El empleo no son habas contadas. Y menos el empleo en la economía de un mundo que está a punto de superar el primer cuarto del siglo XXI. Desempeñar un puesto en una fábrica en la actualidad, requiere formación, experiencia, integración en equipos… y un montón de intangibles que no se arreglan con la velocidad de un real decreto- ley. En realidad, reducir la jornada es una cuestión de coste y, por lo tanto, de competitividad… ¿habrá empresas que podrán recibir el golpe y seguir funcionado, seguir generando márgenes positivos para no verse avocadas al cierre?... seguro que sí, pero las habrá también que caigan y con ellas el empleo que generan. Nada, absolutamente nada es gratis. Y, por supuesto, las varitas mágicas para solucionar los problemas sociales no existen.
Desconfíen, háganme caso.
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